Era el último semáforo antes de tomar la autopista que salía
de Oviedo, y cambiaba a rojo justo cuando nosotros llegábamos.
Ahí estabas tú, en el paso de cebra, esperando para pasar.
Será que no hay sitios para cruzarnos y lo hacemos ahí, en
el “último semáforo de Oviedo”.
Tu corbata, bien colocada como siempre. El maletín en la
mano derecha… y de vuelta a casa.
Esa casa que tantas veces había visitado.
Y entre el lío del tráfico, el ruido de la ciudad… nuestras
miradas se encontraron.
Tú estabas ahí, en el “último semáforo de Oviedo” y yo no
pude evitar sonreír al verte.
Que poco duran a veces los semáforos y cuanto los recuerdos
de lo vivido.
Cruzaste el paso de cebra… el semáforo empezó a parpadear y
en ese instante fue suficiente para volver a mirarnos y compartir una sonrisa cómplice.
Y quien sabe si volveremos a encontrarnos… o tendremos que
esperar a otro semáforo.
(Cualquier parecido con la realidad, es producto de vuestra
imaginación)
1 comentarios:
AMA ISTHAR:
Hay semáforos muy variados. Unos duran una eternidad, otros un plis-plas; unos no se sabe qué hacen allí, otros, simplemente, no están... los hay llenos de gente, vacíos, peligrosos...
Eso sí, lo importante son los usuarios y ese tiempo pequeño de espera que compartimos...
Bonita historia. Me gusta, Señora. Espero que vuelva a encontrarlo en el mismo lugar...
santiago.
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